En aquellos días, los apóstoles daban testimonio de
la resurrección del Señor Jesús con mucho valor y hacían muchos signos y
prodigios en medio del pueblo. Los condujeron a presencia del Sanedrín y el
sumo sacerdote los interrogó: “¿No os habíamos prohibido formalmente enseñar en
nombre de ése? En cambio, habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y
queréis hacernos responsables de la sangre de ese hombre”. Pedro y los apóstoles replicaron: “Hay que
obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a
Jesús, a quien vosotros matasteis, colgándolo de un madero. La diestra de Dios
lo exaltó, haciéndolo jefe y salvador, para otorgarle a Israel la conversión
con el perdón de los pecados. Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu
Santo, que Dios da a los que le obedecen”. Esta respuesta los exasperó, y
decidieron acabar con ellos. Más tarde, el rey Herodes hizo pasar a cuchillo a
Santiago, hermano de Juan.
Hch. 4,33;5,12.27-33;12,2