A unas dos horas de Bambari, la segunda ciudad más
importante de República Centroafricana, un grupo de 5000 personas, trabajadores
de una fábrica de azúcar, han ocupado la fábrica por miedo a perder sus vidas…
Lo más curioso de todo esto, es que sus casas están a menos de 2 kilómetros,
pero nadie se atreve a volver. De allí salieron hace unos meses, huyendo de
machetes y casas ardiendo. Tras los muros de la fábrica, niños, jóvenes y
adultos malviven en chozas hechas con hojas de caña de azúcar porque la idea de
volver les aterroriza. Aún a riesgo de que la fábrica, al estar ocupada, no
pueda comenzar la cosecha y todos tengan que perder sus trabajos… nadie piensa
en regresar a casa.
La vuelta al cole estaba prevista para hace dos semanas
y todo está preparado: los padres que creen que la educación es importante para
sus hijos, los niños que quieren volver a clase; los maestros pagados
conjuntamente por el gobierno, la fábrica y las ONGs; las clases que han sido
recientemente rehabilitadas… Pero a tan sólo 300 metros de la escuela, alguien
se ha erigido en general y apunta con una Kalashnikov diciendo (con palabras
menos bonitas que las mías), que de ahí no los mueve nadie. Y las familias nos
preguntan: ¿cómo enviamos nuestros niños a la escuela?
Hoy, justo antes de viajar de vuelta a la capital del
país, escuchábamos que a un kilómetro de distancia de la fábrica, en Ngakobo,
han atacado el otro sitio de desplazados. ¿Quién se atreve a volver a casa con
este panorama?
La violencia se ha apoderado de República Centroafricana
y resulta difícil pensar en soluciones. El país es un polvorín en el que
cualquier pequeña chispa se convierte en una espiral de violencia. No importa
si es que me han robado un rebaño de vacas o que en una pelea alguien de no sé
qué grupo ha resultado herido. Las consecuencias son siempre desproporcionadas:
pueblos incendiados en 40 kilómetros a la redonda, comunidades enteras
asesinadas a golpe de machete, y el odio y el miedo que se instalan en los
corazones de unos y otros. Y no importa que seas seleka o anti-balaka o
cualquiera de las variantes de cada grupo. Los intentos de
acuerdos de paz no llegan a hacerse realidad, el gobierno no tiene la capacidad
para imponer el orden.
A nuestros niños sólo les queda seguir aprendiendo a
medias en una escuela improvisada y destartalada. Porque aquí quien reina es la
violencia… y entonces no hay lugar para nada más: ni educación, ni desarrollo,
ni paz, ni vida… Y una pregunta se instala en mi corazón sin respuesta ¿cómo
hacer crecer la esperanza de quienes simplemente viven en una fábrica?
República Centroafricana, 15 Octubre 2016
Nadezhna Castellano. Servicio Jesuita a Refugiados. CVX en Salamanca