Gracias, Santo Padre,
por tu servicio de humilde servidor de
la viña del Señor
durante estos años de tu ministerio
petrino.
Gracias por lo que nos dejas de
hondura espiritual,
por tus escritos, tus homilías, por
tus palabras.
Gracias por ser humilde
y querernos llevar solamente hacia
Jesús.
Gracias por tu valentía
a la hora de afrontar los problemas,
por poner nombre a las oscuridades de
la Iglesia
y, al mismo tiempo,
por amarla tanto.
Gracias por tu amor a la liturgia
y a la belleza del Misterio de Cristo.
Ojalá aprendamos de ti a servir
humildemente
y a sabernos retirar a tiempo,
sin buscar protagonismos,
en silencio, cuidando nuestra oración.
Gracias por todo lo que nos dejas,
por tu pasión por la caridad,
y gracias por dedicarte ahora a rezar.
Reza por el mundo, por la Iglesia,
reza por todos nosotros,
servidor humilde y bueno.